lunes, 11 de octubre de 2010

Acto de Presentación del Libro Trebujena:1936. Historias de la represión. Luis Caro

Introduzco aqui la intervención del amigo Luis Caro en la presentación de su libro.



Trebujena 9 de octubre de 2010.

Trebujena 1936: historias de la represión

Buenas noches, en primer lugar me gustaría agradecer la asistencia, y antes de comenzar quisiera dar las gracias a todas las personas que nos abrieron las puertas sus casas y de sus corazones para charlar con nosotros a pesar del dolor que en muchos casos aún provoca el recuerdo. Y agradecer  también su generosidad a aquellas personas que de una u otra manera han ayudado para que esta obra pudiese llegar a buen término.

La pregunta que mucha gente me hace es la de que ¿Cómo surgió el proyecto de escribir el libro?

¿A quién se le ocurrió la idea de escarbar en un periodo de la historia de Trebujena tan oscuro aún y del que hasta hace apenas unos años se seguía hablando en voz bajita?

Pues siendo sincero he de decir que no ha existido como artífice un único factor que indujese  a quien os habla a iniciar la investigación, ni podemos tampoco identificar en persona alguna la exclusividad de ser la fuerza motriz que desembocó en el estudio de esta parcela tabú del pasado de los trebujeneros, ni siquiera surgió aprovechando la inercia de lo que se ha venido en llamar  Memoria Histórica, que aunque sí hemos de reconocer que ha facilitado el que esta publicación vea la luz, no fue ni mucho menos el desencadenante de la misma.

Todo se desarrolló de una manera más sencilla, más simple, pudiéramos decir que casi natural, en modo alguno fue algo forzado ni buscado, pienso que llegó sin prisas, marcando las pausas, cuando tenía que llegar, aunque tal vez algo tarde a mi parecer. Cuajó cuando muchos, tal vez los que más lo necesitaban, habían dejado ya de ser.

Por tanto, este trabajo de investigación que ahora se presenta, podemos decir que no es la materialización de una idea preconcebida sino que se fue fraguando en la medida que el autor tuvo desde muy pequeño una necesidad, la de conocer que sucedió aquel fatídico año de 1936, una necesidad que fue creciendo con el paso de los años y que como otros muchos conciudadanos no lograba satisfacer.

Cuando hace más o menos una semana me vi en la obligación –por tener que afrontar esta noche la presentación del libro- de reflexionar  sobre donde estuvo el origen y las causas de esta aventura, me di cuenta que podía rastrearlas hasta un pasado ya lejano, cuando aún me faltaban un puñado de años para alcanzar la adolescencia.

Este ejercicio de introspección me situó en la parte baja de una escalera, que es posible estuviese predestinado a transitar, una escalera que he ido consumiendo peldaño a peldaño, superando serenamente los variopintos obstáculos personales y profesionales de la misma gracias a la ayuda de una extraña fuerza  que me ha colocado ante vosotros los presentes, pero también ante los ausentes esta noche.

Como iba diciendo, entre mis recuerdos más lejanos guardo en la memoria, cual valioso tesoro, los momentos más entrañables de la niñez, cosa nada extraordinaria y muy común -podrán pensar ustedes- a la mayoría de los que aquí nos encontramos. Efectivamente la infancia suele representar en la mayoría de las personas la etapa más feliz de la existencia humana, excepción hecha claro está de aquellas generaciones de niñas y niños españoles derrotados precisamente por la terrible guerra civil, a ellos les fue robada tan preciada etapa vital por la locura cainista de sus mayores. Y es precisamente entre aquellos dulces instantes de la niñez donde ubico mi primera toma de contacto con tan ignominioso suceso de la Historia de España. 

Será,  y lo digo en un sentido estrictamente literal y en modo alguno figurado, entre el cálido regazo de mis padres. Déjenme que me explique, pues algunos podrán pensar que no es el lugar más idóneo para inocular semejantes sucesos hoy históricos -entonces imborrable pesadilla- en la mente de un niño.

En los amaneceres de mi infancia, como muchos otros niños, el despertar de un día festivo, liberado de la obligada asistencia al colegio, era sinónimo de salir corriendo en cuanto abría los ojos hacia la cama de mis padres para acurrucarme entre ambos.

Como suele ocurrir en tales circunstancias los padres narran cuentos a sus hijos, pero algunas veces, ajenos tal vez a que uno de sus descendientes dormita aletargado entre ellos o tal vez porque consideran al retoño todavía verde para comprender la conversación,  hablan de lo cotidiano y  no es extraño que en tales circunstancias afloren los recuerdos.

El niño que os habla escuchaba en silencio, anidó en él la curiosidad sobre un comentario de una guerra que se le antojaba  a siglos de distancia y una mañana debió sorprender a sus progenitores con una pregunta al respecto. En lo sucesivo aquellas agradables mañanas vinieron parejas de una sucesión de preguntas sobre el tema. Quien respondía casi siempre a mis interrogantes solía ser mi padre. Fue por él que me enteré a tan temprana edad que se enfrentaron en España dos bandos, los llamados  rojos o  republicanos porque defendían a la República contra los falangistas y el Ejército que querían eliminarla.

Los años fueron pasando y en mí aumentaban los deseos de conocer más detalles, mi padre gota a gota iba coloreando los conceptos, la bandera de la Republica era tricolor y la de los nacionales roja y amarilla, que fue la que ganó la guerra de tres años y por eso era la que existía en España.

Poco a poco iban apareciendo los nombres de los vencedores: Franco y José Antonio Primo de Rivera, Queipo de Llano y su radio, Mola, Varela y otros. Y también el de los vencidos Azaña, Negrín o Largo Caballero por quienes empezaba a percibir el entonces adolescente que os habla cierta simpatía en las palabras de mi maestro en la materia cuando se refería a estos últimos.

Comprendí también por estos años que la Guerra Civil era un tema del que se rehusaba hablar fuera del entorno familiar por lo que procuraba buscar los momentos y los lugares en que mi padre se sentía cómodo para charlar, preferentemente en la soledad y seguridad de su pequeña viña. Fue así como me enteré, ya que los libros que caían en mis manos y en los que yo buscaba noticias sobre ello no decían nada,  que aquella guerra dejó a Trebujena a los pocos días del golpe de estado en el lado de los sublevados, que en el arroyo de La Tolla los obreros del pueblo armados con escopetas se enfrentaron con guarias civiles venidos de Sanlúcar para conquistarnos, y que fueron rechazados pero al poco tiempo entró la tropa por la carretera de Jerez, que a los pocos días se corrió la voz que los moros del ejército de Franco, al igual que habían hecho en Sanlúcar días atrás, venían para Trebujena para violar a las mujeres y matar a los hombres por lo que casi todo el pueblo se refugió en los campos.

Y cuando la juventud me cargó ideológicamente, la avidez por conocer más y más de aquellos sucesos se incrementó infinitamente, fue ahora cuando me empezó a dar nombres  de trebujeneros que dijo habían sido asesinados injustamente, los ubicaba entre los familiares que yo podía conocer para acercármelos y fue contándome sus historias, aparecieron entonces: Antonio Cañadas, Juanito Onofre, El Zarandaó, Pepe Guerra, El Curita, Joselillo el Vazque, La Moricha y su marido, Juanito Luná, Manzana, El Boyero, los fusilados en Casarejos entre los que se encontraba su tío Nicolás, Besteiro o Anselmo de la Pericona; Pilistri, El Mundo, Los Gatato, El Valentón, Cristobal el Electricista y un largo etcétera. Con ellos vinieron sus trágicas historias y también otros relatos sobre la represión ejercida por los falangistas trebujeneros sobre la aterrorizada población. Cada vez que me contaba como eran las terroríficas noches en que los asesinos golpeaban las puertas de las casas con las culatas de sus fusiles, como sacaban a los hombres de ellas para eliminarlos volvía a sus ocho años y revivía el momento.

Sí, mi padre fue uno de aquellos niños traumatizado por la guerra de sus mayores, a sus ocho años vio el carro de la basura cargado con el cuerpo inerte de un hombre asesinado poco antes, tuvo que pasar muchas veces junto a la tapia ensangrentada del cementerio, sufrió la prisión de varios meses y la amenaza de muerte sobre su padre, era lógico que intentara transmitirme todo lo vivido en su infancia y su juventud, porque aquellas vivencias encerraban una sociedad tremendamente injusta, la de una dictadura que se cimentaba sobre los asesinatos impunes de muchos hombres en Trebujena, era lógico pues que él, como muchos otros en el pueblo, intentara transmitir el nombre y las historias de aquellos hombres para que su sacrificio no cayese en el olvido que les querían imponer.

Además el destino quiso que llegada la hora de culminar mi formación académica optase por realizar la licenciatura de Historia, no podía ser de otro modo pues cualquier periodo del pasado de la Humanidad me atraía enormemente, ello trajo como consecuencia que mi experiencia universitaria me proporcionase las herramientas y la óptica necesaria para mirar y moverme entre las bambalinas de la Historia.

Luego la Guerra Civil, y sus consecuencias en Trebujena, no me eran ajenas desde muy joven, y nunca dejé de documentarme sobre ellas desde entonces, ahora bien nunca pensé que yo iba a llegar a escribir un libro sobre aquellos sucesos, en realidad nunca me planteé escribir ningún libro, ni siquiera cuando allá por el año 2004 inicié la investigación en serio, entonces lo único que me seguía motivando era el deseo de conocer un poco más sobre aquellas barbaridades.

No llevaba mucho tiempo con la investigación cuando el viejo proyecto de dignificar la fosa común del cementerio municipal llegaba a sus conclusiones definitivas, por fin aquel pedazo de tierra donde fueron arrojados tantas personas dignas iba a ser adecentado y se elevaría en él un monumento conmemorativo, y alguien me sugirió que intentase recuperar los nombres de los muertos a causa del fascismo trebujenero para colocarlos en una lápida que los recordase, y fue así como la investigación tomó un nuevo rumbo y se marcó un objetivo, el de rescatar el nombre de las víctimas.

En mi fuero interno hacia tiempo que pensaba que era algo tarde para ello y que debería haberse hecho unas décadas antes, nada más recuperada la democracia, y que era imperdonable tanta demora, y que otros historiadores tenían que haber aceptado el compromiso mucho tiempo atrás.

Dejé a un lado las lamentaciones y comencé a hablar con vecinos que sabía que tenían bastante conocimiento de aquellos infernales días, empecé a visitar viviendas de familiares de las víctimas y a frecuentar los archivos municipal y del juzgado local para localizar el nombre o el apellido, o el nombre y el apellido de las víctimas, pues muchos eran sólo recordados por sus motes.

Con el paso de los meses se fue configurando una relación de nombres que poco a poco se iba completando.

Desde el primer momento fue inevitable que al mencionar a cualquiera de mis informantes el nombre de tal o cual persona sospechosa de haber sido asesinada la confirmación de su asesinato viniese unida a una breve reseña de lo que le sucedió al infortunado. Ello posibilitó que a la par que se completaba el listado para la lápida conmemorativa íbamos acumulando una gran cantidad de pequeños recuerdos desmembrados unos de otros por proceder de diferentes personas y de la labor de rastreo realizada principalmente en el archivo municipal.

Cuando en mayo de 2006 la retirada de la bandera republicana junto a la fosa común del cementerio dejó al descubierto los nombres del centenar de hombres que perdieron la vida por culpa del fascismo creí que el objetivo estaba cumplido.

Y así era, pero entonces surgió la duda sobre que hacer con la información obtenida sobre lo sucedido en aquel verano-otoño de 1936 en Trebujena. Algunos me apremiaban a plasmarlo en un libro, yo no lo tenía muy claro, los trozos de recuerdos eran un enorme puzzle desordenado, que aunque yo en mi mente tenía clara la secuencia de los acontecimientos, había que ordenar las piezas y la tarea no era poca, y además plasmarlo en un libro, ¿Y cómo se escribe un libro? me decía yo mismo.

Por otro lado me dolía el no compartir todas las historias que me habían contado con quienes quisieran oírlas, en definitiva la esencia del historiador que al parecer llevo dentro.

Pero es que además no era desconocido para mí que la publicación de esas historias, de alguna manera, iban a servir de consuelo a muchos de los familiares que han sufrido en silencio durante décadas el dolor por sus seres queridos muertos gracias a la voluntad de cualquier individuo de la camisa azul. Consuelo tan necesario tras más de los setenta años de olvido al que fueron sometidos tanto por la administración franquista, lógico si fueron los artífices y promotores del genocidio, como por las administraciones e intelectuales de nuestra tan magnífica democracia, y pongo democracia entre comillas porque pienso que ni estas últimas ni estos últimos tienen justificación alguna para tan lacerante olvido. Y como yo no quería ser igual que ellos, entre otras cosas porque luego no tendría ningún derecho a criticarlos, y teniendo en mi mano la posibilidad de hacer lo que otros, políticos e intelectuales, rehusaron de hacer aún estando moralmente obligados a ello, me dispuse a aportar mi granito de arena.

No pretendo en cambio hacer Justicia, vuelvo a repetir que después de más de treinta años de constitucionalidad democrática, el que no se halla hecho nada por dignificar a las personas víctimas del bando vencedor de aquella guerra incivil, los únicos sacrificados en el altar de la Democracia, el que se mirase hacia el lado contrario para no reparar en ellos no tiene perdón, como es imperdonable que nuestra adormecida y acomodada ciudadanía no halla salido en masa a manifestarse a las puertas de los templos del poder judicial ante la última agresión sufrida por las víctimas del franquismo en las carnes de Baltasar Garzón.

Mis pretensiones fueron más humildes cuando decidí iniciar la aventura de este libro, sólo quise confortar lo inconfortable, pagar lo impagable a estos familiares, a sus  represaliados y muertos; y en segundo lugar, dar una pincelada más a ese cuadro de la Historia de Trebujena que todos los hijos de este pueblo amantes de su pasado nos hemos propuesto confeccionar.

Bueno, pues como iba diciendo con anterioridad, cuando se ordenaron todas las piezas disponibles  del puzzle se percibieron nuevos matices, se despejaron algunas incógnitas y se pudieron plantear algunas suposiciones, pero también quedó de manifiesto que faltaban muchas piezas para poder completar el rompecabezas de la represión impuesta  a este pueblecito gaditano, es decir que son necesarios aún otros trabajos de investigación sobre lo sucedido, sobre lo padecido en Trebujena en 1936; aunque también podemos adelantar ya que muchas de esas piezas que faltan se encuentran perdidas para siempre y son por desgracia imposibles de recuperar.                   

El libro que os presento hoy se os entrega para que sea juzgado, reconocido o rebatido, todo sea siempre en pro de la verdad histórica, pero os adelanto ya que ha sido escrito con honradez, sin partidismos aunque alguien quiera pensar lo contrario conocedor de mi trayectoria y posicionamiento político, intentando siempre como imperativo incuestionable de cualquier historiador que se precie alcanzar  el reflejo más fidedigno a los hechos que se pretenden narrar.

La obra se basa principalmente en los datos aportados por los testimonios de todas aquellas personas que tuvieron a bien charlar con nosostros, y cuando digo nosotros quiero agradecer la ayuda desinteresada y el impulso de última hora que Amparo Raposo y Deogracia Caro aportaron.

Además de los recuerdos de incalculable valor que pudimos recoger en el trabajo de campo realizado casa a casa o por contacto telefónico se complementó con el rastreo de la documentación al respecto, escasa por cierto, de nuestro archivo municipal y del Juzgado local. Algunos hilos de la investigación conducen al Archivo Histórico Provincial de Cádiz, allí es posible que descansen las respuestas a algunas de las interrogantes que continúan abiertas, estoy seguro que es así. Pero cuando hubo que escoger entre invertir el tiempo disponible entre hablar con los cada vez menos sobrevivientes a aquella tragedia o dirigir mis pasos hacia el archivo gaditano opté por lo primero consciente de que el tiempo pasa inexorablemente para todos pero con mayor gravedad si cabe para nuestros ancianos, los en otro tiempo niños y jóvenes de 1936, en cambio los papeles del archivo provincial pienso que están a buen recaudo y que será posible su consulta en un futuro próximo.

En cuanto al libro en sí hay que decir que he querido por esta vez dejar a un lado las frías estadísticas, los diagramas, las tablas explicativas y otras herramientas utilizadas por el historiador para poner de manifiesto sus conclusiones sobre tal o cual periodo sometido a su estudio. Creí más conveniente, por querer dirigir el libro principalmente a quienes no recibieron ninguna reparación por el daño que les causaron y a un público poco acostumbrado a consumir libros de temática histórica, creí más conveniente repito, intentar que su literatura fuese algo menos académica y un poco más humana, si es que podemos ver algo de humano en el periodo histórico analizado. Tan sólo un esquema relativo al itinerario seguido por las fuerzas del ejército invasoras de Trebujena y otro representando la planta del Centro Instructivo de Obreros del Campo, pero nada de cálculos estadísticos, me pareció más importante que cada lector extrajese sus propias conclusiones sin imponer yo las mías, aunque éstas se puedan entrever a lo largo del texto.
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El libro se estructura en una introducción más cinco capítulos y un pequeño epílogo.

En el capítulo introductorio me permito realizar una breve reseña para aclarar como surge el libro, el método de investigación utilizado y mi posicionamiento personal ante algunas tesituras que tuve que resolver antes de comenzar la escritura, dichas cuestiones pueden seguir siendo objeto de debate, no pido que mi opinión sea obligatoriamente compartida aunque entiendo que debe ser respetada aún a riesgo de estar equivocado.

El primer capítulo del libro titulado “El Contexto Histórico” es utilizado precisamente para eso, para intentar crear en los más jóvenes la imagen fotográfica de como eran los alrededores de Trebujena en 1936 y el pueblo mismo, como eran aquellos trebujeneros y trebujeneras y un rápido recorrido por devenir sociopolítico de la pequeña localidad desde finales del siglo XIX hasta en advenimiento de la II República el 14 de abril de 1931.

Ni que decir tiene que tanto el entorno físico como la condición miserable de la mayoría de la población trebujenera que viene viviendo un mes sí y otro también al borde de la hambruna y el agrupamiento de los obreros en organizaciones obreras fuertemente ideologizadas partidarias de la CNT o la UGT influyeron en mayor o menor medida en como se iban a desarrollar los acontecimientos a partir de aquel triste 18 de julio de 1936.

El capítulo segundo arranca en los días previos al alzamiento militar. Se busca ahora una aproximación a como se van a suceder los acontecimientos en el pueblo desde que se tiene conocimiento que parte del Ejército se ha sublevado contra el orden constitucional republicano. Se continúa relatando como se organiza el pueblo para intentar defender la República ante una posible agresión fascista desde las localidades vecinas, como sobre las tres de la tarde del día 20 de julio tiene lugar el enfrentamiento de la Tolla entre obreros armados con simples escopetas de caza y una veintena de guardias civiles provenientes de Sanlúcar con el resultado de tres guardias heridos y uno muerto. Y como consecuencia de ello, apenas tres horas después un destacamento de caballería llegado desde Jerez conquista el pueblo para los golpistas.

El cuartel de la Guardia Civil de Trebujena que hasta el momento había manifestado su lealtad al Gobierno democrático de la Nación, tras un primer amago de resistencia termina rindiéndose a las tropas de caballería, el responsable del mismo  José Pérez Campanario es rápidamente destituido por los golpistas. Posteriormente fuerzas del Ejército y de la Guardia Civil se dirigen al Ayuntamiento, y a las siete de la tarde -según el acta conservada- destituyen al Alcalde  legítimo Juan Galán Barba quedando como máxima autoridad del pueblo el nuevo Comandante de Puesto de la Guardia Civil, Cayetano Lorenzo Sequeiro, el cual a su vez durará poco en el cargo pues cuando once días después tome posesión de la Alcaldía la nueva gestora municipal surgida del golpe de Estado, la máxima autoridad militar que transfiere el poder secuestrado al pueblo será otro de los guardias civiles que prestaba sus servicios en Trebujena, Juan Gutiérrez Rojas.

Una vez que Trebujena ha quedado sometida las fuerzas de derechas de la localidad comienzan a organizarse, es ahora y no antes cuando se constituye en el pueblo Falange Española, con anterioridad este partido paramilitar fascista no existía en la localidad. Ellos serán los culpables del derramamiento de sangre que pronto va a comenzar, a pesar que durante el tiempo en que Trebujena permaneció bajo el poder de las milicias obreras armadas no se cometió atentado alguno contra los trebujeneros de sobra conocidos como derechistas.

Termina el capítulo con los primeros fratricidios, con los tres primeros trebujeneros que tienen el triste honor de abrir la lista del centenar de muertes relacionadas con la maldita Guerra Civil; efectivamente el 31 de julio de 1936 van a ser asesinados Antonio Cañadas Salcedo, Juan Garrido Moreno y José Silva Ruiz.

El tercer capítulo es el más extenso, llamado “La Matanza” por ser precisamente el intervalo de tiempo, entre mediados de agosto y mediados de septiembre, donde se produjeron el mayor acúmulo de atrocidades, donde a diario se producen detenciones ilegales, palizas, purgas con aceite de ricino, rapados de cabeza con exposición pública del reo y asesinatos de naturales y forasteros.

Se inicia este capítulo el sábado 1º de agosto con la noticia del triple homicidio antes mencionado que paraliza el alma del pueblo, conforme el suceso corre de boca en boca una multitud se congrega espontáneamente frente a la casa de uno de los ejecutados, la de uno de los dos médicos de la localidad, Don Antonio Cañadas, en la hoy plaza que lleva su nombre. Ese mismo día en  el lugar que hoy nos encontramos, a las diez de la mañana, ha tomado posesión la nueva corporación  municipal surgida del levantamiento militar siendo elegido su primer alcalde Antonio Pulido Marín, popularmente conocido como “Mayordomo”.

Tras la ocupación militar del pueblo, aquellos hombres significados políticamente como líderes anarcosindicalistas o socialistas y posiblemente también quienes participaron activamente en la defensa del pueblo el día 20 de julio se han retirado preventivamente a casas de campo de los pagos de la campiña trebujenera en expectante compás de espera. A raíz del triple asesinato muchos de ellos van a pasar a la clandestinidad. Casi al mismo tiempo empiezan las detenciones y la búsqueda de los fugitivos.

Días después comienzan a producirse nuevos homicidios, en principio individualmente, y acto seguido, creemos que hacia la primera semana de agosto, el primer fusilamiento múltiple de cinco trebujeneros, tal vez seis, en la Cuesta de Casarejos. Es el lento arranque de una espiral de violencia que algunos de los que vivieron personalmente aquel infierno denominaron La Matanza.

La Matanza, como hemos nombrado a esta etapa más cruel de la represión, se inició con la detención y posterior asesinato de dos de los tres hombres que habían ejercido la función de alcaldes pertenecientes a la coalición republicano-socialista que ganó todos los escaños de concejales en las elecciones municipales de 1931. Efectivamente el 11 de agosto de 1936 detienen a los alcaldes republicanos Juan Galán Barba y José Guerra Caro, y junto al socialista José Campos Salazar, que se halla en la cárcel desde el día anterior, son conducidos a las cercanías de Lebrija para quitarles la vida.

A partir de aquella noche parece como si los mercenarios de la camisa azul hubiesen desterrado cualquier sentimiento de repulsa al hecho de arrebatarles la existencia a personas con las que habían convivido toda la vida, personas por todos respetadas y en modo alguno extremistas, parece como si los pistoleros hubieran tomado conciencia de su impunidad ante semejantes atrocidades, pues la locura homicida se desbocó hasta unos límites inimaginables tan sólo un par de semanas antes.

Desde aquel 11 de agosto el pueblo se vio inmerso en un aquelarre de sangre en el que unos trebujeneros armados y respaldados por los artífices del golpe, detienen, torturan y asesinan indiscriminadamente a otros trebujeneros desarmados e indefensos por el sólo hecho de opinar de forma distinta a ellos sobre el modo de entender el mundo.

Entre mediados de agosto y finales de septiembre cuentan quienes vivieron aquellos días que casi a diario se produjeron fusilamientos de paisanos del pueblo o de las localidades cercanas.

Es en estos momentos cuando habría que situar el asesinato en masa perpetrado contra la pared de la bodega de “Penita Negra”, en la actual avenida del Guadalquivir, de unos quince jornaleros a los que ese mismo día han trasquilado la cabeza, les han obligado a ingerir un vomitivo purgante de aceite de ricino y los han expuesto mofándose de ellos por las calles del pueblo. Previamente a esta masacre algunos falangistas y guardias civiles han disparado a quema ropa, a escasos metros del lugar donde se producirá el fusilamento,y en su propia cama a Juana Aguilar Pazos y su esposo José Cordero Chamorro al negarse ésta a acompañar a quienes ese mismo día la habían apaleado. Juana, con sesenta y dos años tendrá el triste honor de ser la única mujer trebujenera fusilada, aunque no perdería la vida como todos sabemos, es por eso que aquel fusilamiento en masa fue recordado como el de la noche de “La Moricha”, por ser éste el apodo de Juana.

Posiblemente ese mismo día los terroristas se han divertido persiguiendo y dando caza cerca del cortijo de Monesterejos al líder anarquista local conocido como “Juanito Luná” y a su compañero y amigo “Panao”.

Y creemos también que entre finales del mes de agosto y mediados de septiembre se produce el aniquilamiento en las cercanías de Espera de la partida de fugitivos que junto a la punta de lanza del anarcosindicalismo trebujenero durante la Segunda República, “El Zarandaó”, intentaba alcanzar la sierra gaditana donde se encuentra por esos momentos la línea que separa el territorio ocupado por los sublevados de la zona libre y democrática fiel a gobierno legítimo de la República.

El 29 de agosto de hay que cuantificar el suicidio en el pozo de La Noria, junto a su hermano Francisco, de “Joselillo el Vazque” casi con toda seguridad la mente más privilegiada del movimiento obrero trebujenero del primer tercio del siglo XX. Prefirió como otros terminar el mismo con su vida ante la evidencia de tener los días contados.

En definitiva, durante el funesto mes de agosto  de 1936 pensamos que perdieron la vida aproximadamente la mitad del total de hombres de Trebujena –más de cincuenta- que iban a desaparecer entre el 31 de julio y el 28 de diciembre de aquel año, una verdadera matanza.

El capítulo cuarto que engloba  los meses de septiembre a diciembre de 1936 se abre con un fugaz repaso a algunas de las características del nuevo Estado que se está imponiendo. En septiembre comienzan las depuraciones profesionales, cuyo objetivo último era expulsar del funcionariado público a todos aquellas personas sospechosas de haber pertenecido a organizaciones de izquierda. De igual modo, desde septiembre comienza a entreverse ya lo que supondría vivir bajo la imposición de una economía de guerra con la requisa de los productos estratégicos por parte de las autoridades militares que traerá como  consecuencia inmediata pocos meses después el racionamiento y el encarecimiento de los productos alimenticios de primera necesidad.

En septiembre es posible ubicar otra de las ejecuciones masivas, seguramente dieciséis hombres, en la carretera que nos une con Sanlúcar de Barrameda, en el lugar conocido como La Peña del Toro. Tras semejante fechoria los integrantes del pelotón de fusilamiento marcharon al cercano cortijo de Cabeza Alcaide y bebieron y comieron para festejarlo.

A partir de octubre se siguen produciendo asesinatos, aunque estos debieron ir languideciendo, principalmente porque a estas alturas habían sido eliminados ya la inmensa mayoría de los hombres que se marcaron como objetivos a principios de agosto los fascistas, es decir todo aquel identificado políticamente como izquierdista o que hubiera tomado parte activa en los hechos ocurridos el día del tiroteo de La Tolla. Los homicidios se fueron espaciando en el tiempo hasta concluir el 28 de diciembre de 1936 con el último asesinato de un trebujenero a manos de trebujeneros, de José Caballero Robles, el hijo de “Manzana”. El último homicidio tuvo lugar pues el señalado en el santoral católico como el día de Los Santos Inocentes, significativo día para señalar en la Historia el final de las ejecuciones.

Su padre, Miguel Caballero Pazos, otro de los líderes anarquistas trebujeneros, se suicidaría apenas mes y medio después ante la imposibilidad de recibir el tratamiento médico que precisaba, ya que  su situación clandestina le impedía revelar su escondrijo en la calle del Sol pues tal cosa hubiera supuesto una muerte igualmente segura.

Otros trebujeneros que lograron eludir los fusiles de los fascistas del pueblo perdieron la vida lejos de Trebujena, bien luchando encuadrado en el ejército republicano como fue el caso de José Chamorro Hedrera, bien luchando contra el fascismo internacional durante la 2ª Guerra Mundial o en los campos de concentración nazis como ocurrió a Diego Pazos Pazos.

En un solo caso, la suerte de un trebujenero que abandonó  su casa para no caer en manos de los verdugos nos sigue siendo aún totalmente desconocida, el destino de Antonio Silva Beato es una incógnita de momento, se le pierde la pista en Córdoba donde se halla –suponemos- intentando cruzar a la zona republicana.

En cuanto al quinto y último capítulo se refiere, titulado “las otras víctimas: represaliados, viudas y huérfanos” hay que reconocer que es un añadido, que en principio no se incluía en el libro, lo que ocurre es que al igual que en el caso de las víctimas, cuando nos encontrábamos en fase de recuperación de sus nombres las entrevistas con los testigos proporcionaron una serie de reseñas sobre una serie de trebujeneros y trebujeneras que sin haber perdido la vida habían sufrido algunas de las distintas modalidades represivas del nuevo régimen franquista. Ante la posibilidad de que dicha información se extraviase con el tiempo, en la medida que son fruto de transmisiones orales, opté por incluirla también por si en un futuro alguien quisiera utilizarla en  investigaciones venideras. Y por la misma razón, para que tampoco nos olvidemos de ellos, también se incluyeron algunos de los trebujeneros muertos en los frentes de batalla de los que tuve conocimiento.

Concluyendo, podríamos decir que lo sucedido en Trebujena al comienzo de la guerra debe ser considerado un auténtico genocidio. Se trató simple y llanamente de la eliminación física y sistemática del otro, del contrario, de aquel que poseía posturas ideológicas distintas; aunque luego se quisiesen buscar excusas justificativas a tales canalladas como el enfrentamiento armado junto al manantial de La Tolla. Creemos que con aquel enfrentamiento o sin él las víctimas hubieran sido prácticamente las mismas. Por aquí no pasó el frente ni hubo asesinatos previos de derechistas, al contrario se les garantizó su integridad física y patrimonial, entonces: ¿Qué razones tenían para acometer tales vilezas? ¿De donde sacaron tanto odio en tan poco tiempo? ¿Por qué el cura les siguió dando la comunión a sabiendas que cada noche atentaban contra el pilar más importante de la filosofía cristiana?

Las respuestas a tales preguntas se podrán tal vez encontrar si conforme vayamos leyendo nos olvidamos de vez en cuando, por unos momentos, del bombardeo tendenciosamente informativo  y de la basura televisiva que a diario nos abruma y nos retiramos a charlar unos instantes con nosotros mismos sobre lo expuesto en el libro, y si culminamos la lectura sentémonos igualmente a reflexionar sobre si los vencedores de aquella guerra de hace setenta años siguen siendo los vencedores y nosotros los vencidos cada vez más vencidos en esta sociedad española seudo democrática del siglo veintiuno.

Y no me gustaría terminar sin hacer  antes dos únicas apreciaciones, la primera podrá parecer ridícula pero no lo es. La obra que dentro de unos momentos vais a tener en vuestras manos no es una novela histórica, lo digo porque hoy en día existe mucha afición a este tipo de lecturas y a veces suelen plantearse problemas para lograr separar la ficción de los propios hechos históricos aprovechados por el novelista. En el caso que nos ocupa esta noche lo narrado son hechos que sucedieron, realidades del pasado, y creedme si os digo que en muchos casos la realidad supera verdaderamente la ficción.

Y en segundo lugar me gustaría hacer una aclaración en cuanto al número total de víctimas del genocidio trebujenero, que ahora pienso debí incluirla en el libro y que no lo hice, como dije con anterioridad, porque desde el primer momento rehusé apoyarme en las tablas y estadísticas por la frialdad que estas entrañan.

Luego me he dado cuenta por las entrevistas y charlas mantenidas que lo primero que me preguntan es que cuantos fueron asesinados, y es ahí donde es necesaria la aclaración:

El número total de muertes violentas de personas causadas directa o indirectamente en Trebujena o fuera de Trebujena, de trebujeneros y forasteros íntimamente vinculados a nuestro pueblo fue, que sepamos, de 102. Aunque yo prefiero hablar de 103 porque para mí el caso de la única mujer trebujenera fusilada, rematada con el tiro de gracia y arrojada a la fosa común fue un asesinato en toda regla aunque luego para sorpresa de propios y extraños sobreviviese, y por tanto no nos permite incluirla en la estadística.

De esas 102 muertes violentas: 

6 fueron suicidios inducidos, los de Joselillo el Vazque y su hermano Francisco, el de Juan Villagrán Beato, Frasquito el Valentón, José Tejero y “Manzana” padre. Y son muertes provocadas por la represión porque de no pesar sobre sus cabezas la pena de muerte impuesta arbitrariamente por los fascistas del pueblo indudablemente no se hubieran quitado la vida. Prefirieron pues hacerlo ellos a darles el placer a los homicidas.

4 trebujeneros fallecieron en oscuras circunstancias en las cárceles o centros de reclusión franquistas en estos momentos, los apodados “Formalito”, Paco “el Conde”, Rafael “de la Pericona” y posiblemente también “El Feito”.

1 trebujenero fue eliminado a miles de kilómetros de su casa en el campo de concentración nazi de Gusen en Austria.

 Y debemos contabilizar por el momento 1 desaparecido como consecuencia de la represión trebujenera Antonio Silva Ruiz, “El Congo”.

Pero es que además se puede precisar que no todos los trebujeneros murieron a manos de falangistas trebujeneros, efectivamente:

2 lo fueron en Rota por la Falange de Rota: José Garrido Moreno y Francisco Silva Báez.

1 por la Falange de Sanlúcar, Juan Antº Domínguez García, y posiblemente también José Mª Valderas García “Chibiliqui”.

trebujeneros fueron fusilados por el ejército franquista: “Capachita” y Rafael del Águila Marín.

Otros 4, los cuatro mencionados anteriormente, fallecidos en las cárceles tampoco fueron asesinados físicamente por fascistas trebujeneros aunque la inducción moral de los mismos parece segura a falta de contar con los informes emitidos sobre los encarcelados desde aquí.

1 Diego Pazos Pazos, conocido como “Dieguichi” en Austria.
  
Del mismo modo tenemos que aclarar que de entre los asesinados hay que contabilizar a 10 hombres  no nacidos en Trebujena que fueron detenidos y asesinados en nuestro pueblo: José Reyes “El Bollero”, Antonio Fernández “El Latero”, Jacinto Rueda “El Ingeniero”,  Cristóbal “El Electricista”, Justo Galera o el pastor de Monesterejos.  Aunque a algunos es difícil llamarles  forasteros porque habían echado raíces en nuestro pueblo, llevaban residiendo aquí muchos años, habían casado con trebujeneras y tenían hijos trebujeneros, era el caso de Antonio Cañadas, de “El Brene”, de Valentín el de “La Piarera” o de Rafael Carrasco el de “La Briola”.
  
Y nada más espero que no os disguste el trabajo realizado y haber conseguido los dos objetivos que me propuse: confortar mínimamente el dolor de los familiares de las víctimas y arrojar algo de luz sobre la historia reciente de Trebujena.

Muchas gracias.

Luis Caro Romero.