lunes, 18 de agosto de 2025

Presentación del Racimo de Oro 2025

Como sabéis -y no me canso de repetirlo cada año, porque todavía hay quienes no lo han entendido-, el Racimo de Oro es mucho más que una condecoración local: es una distinción nacida del corazón de este pueblo para reconocer el esfuerzo, la entrega y el compromiso de personas, entidades y colectivos que han contribuido, desde distintos ámbitos - social, humano, económico o cultural-, al crecimiento y al prestigio no solo de Trebujena, sino también de Andalucía, de España y del mundo.

Lo que define al Racimo de Oro es su vocación universal. No premia únicamente lo cercano, sino lo valioso. No se ancla en el terruño, sino que proyecta nuestras raíces hacia el mundo. Por eso, año tras año, hemos visto cómo esta distinción ha sido compartida por nombres tan dispares y a la vez tan hermanados en su mérito.

El corazón inmenso de Pepi Núñez, que late firme en tierras etíopes, comparte distinción con voces y manos comprometidas como las de Mesa Jarén, Marcelino Camacho, Pepe López, Pepe Chamizo, Médicos Sin Fronteras, la Cruz Roja Ecuatoriana o tantos hombres y mujeres que, desde el sector sanitario, han hecho de la entrega su vocación.

También ha sido reconocido nuestro rico y vibrante tejido asociativo, ese que da pulso a la vida comunitaria: las cooperativas Palomares y Albarizas, la Banda de Música, el Club Trebujena, la Peña Ciclista, el Club de Baloncesto, la Peña La Trilla, el Centro de Adultos, la Asociación de Mujeres Doña Palomares Oliveros o DOPEBECO Sociedad Cooperativa Andaluza. Todos ellos han marchado bajo un mismo estandarte: el Racimo de Oro, símbolo de un abrazo colectivo que enlaza generaciones.

Así, nuestros paisanos Antonio Romero “El Litri” y Pepe Aguilar figuran, con merecido orgullo, junto a gigantes de las letras como Antonio Gala, Rafael Alberti, Caballero Bonald, Almudena Grandes, Luis García Montero o Jesús Maeso. Sus nombres resuenan con la misma dignidad en ese panteón de sensibilidad y palabra.

Y en los ámbitos del arte y el deporte, otro de nuestros grandes, Juan Robles, comparte este galardón con el Cádiz Club de Fútbol y con figuras eternas como Antonio el Bailarín, Manolo Sanlúcar, Carlos Cano, Salvador Távora, María Galiana, Benito Zambrano o Estrella Morente. Voces y cuerpos que han elevado lo cotidiano a la categoría de arte.

Porque el Racimo de Oro no levanta muros: construye puentes. Nos une en la solidaridad, en la cultura, en la identidad compartida y en el deseo profundo de paz y entendimiento entre los pueblos.

Hoy, a este extenso y admirable elenco de personas e instituciones, se suma un nuevo nombre. El Ayuntamiento de Trebujena, en sesión plenaria celebrada el 21 de julio de 2024, acordó por unanimidad conceder el Racimo de Oro 2025 a la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui "La Daira".

Una decisión que honra tanto a quienes la reciben como a quienes la otorgan. Treinta años de compromiso: La Daira, luz solidaria entre dos pueblos

En los confines del desierto del Sáhara, donde la arena esconde historias de resistencia y el viento arrastra voces que claman justicia, vive desde hace medio siglo un pueblo condenado al exilio. El pueblo saharaui, desplazado de su tierra, permanece refugiado en los campamentos de Tinduf, en Argelia, desde que el conflicto del Sáhara Occidental lo obligó a abandonar sus hogares, sus raíces y su futuro inmediato.

Allí, entre jaimas, escasez y dignidad, ha crecido ya más de una generación que no ha pisado la tierra que pertenece a su historia. A pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional, esta sigue siendo una de las crisis humanitarias más largas, silenciadas y olvidadas del planeta. Sin acceso regular al agua potable, con alimentación limitada, una atención médica insuficiente y un sinfín de desafíos diarios, los campamentos de refugiados han resistido gracias a la fortaleza de su gente… y a la solidaridad de quienes, desde otros rincones del mundo, decidieron no mirar hacia otro lado.

Fue precisamente ese espíritu el que, en 1995, hizo nacer en Trebujena la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui “La Daira”. El nombre mismo, “daira”, alude a las unidades administrativas en las que se dividen los campamentos, pero también remite a la cercanía, a lo cotidiano, al tejido comunitario que une a familias enteras en el desarraigo. Así, “La Daira” de Trebujena se convirtió en una extensión de aquellas otras dairas saharauis, tendiendo puentes invisibles de solidaridad, amistad y justicia entre el sur de España y el corazón del desierto.

Desde su fundación, la asociación se marcó como objetivos:

·         Fomentar el estudio y la comprensión del conflicto del Sáhara Occidental.

·         Fortalecer los lazos históricos, culturales y humanos entre España y el Sáhara, recordando que muchos saharauis hablan nuestra lengua, conocen nuestra historia y comparten siglos de relación.

·         Divulgar, promover y recabar apoyo en favor de la causa saharaui, para que no caiga en el olvido.

·         Impulsar proyectos concretos que mejoren la calidad de vida en los campamentos, enfrentando la precariedad alimentaria, sanitaria y educativa.

A lo largo de tres décadas, “La Daira” ha transformado esos objetivos en acciones constantes, humanas, y profundamente transformadoras. El proyecto Vacaciones en Paz, emblema de la solidaridad entre pueblos, fue la primera gran semilla: en 1995 llegaron a Trebujena los primeros niños y niñas saharauis para pasar el verano en familias de acogida. En sus rostros, la ilusión de vivir una experiencia diferente; en los hogares que los recibieron, el despertar de una conciencia que ya no se apagaría.

Desde entonces, cada verano se ha repetido ese milagro cotidiano. Los niños traen consigo no solo sus historias, sino también la realidad de los campamentos, contada sin filtros. Y en el reencuentro con sus familias temporales, Trebujena se convierte en un lugar de memoria compartida, donde la solidaridad se hace carne.

Junto a esta iniciativa, se han desplegado numerosas campañas de sensibilización en centros educativos, asociaciones, plazas y calles. Entre ellas destacan:

·         Semillas solidarias, que siembran conciencia en las aulas.

·         Cartas a los Reyes Magos, que cruzan el desierto con los sueños de los más pequeños.

·         Roscones solidarios, carreras populares, mercadillos y eventos que, además de recaudar fondos, mantienen viva la presencia de la causa saharaui en la vida cotidiana del pueblo.

Cada 20 de junio, coincidiendo con el Día Mundial del Refugiado, “La Daira” organiza actos de sensibilización y convivencia, recordando que Trebujena también es hogar para la población saharaui residente en la localidad, y que la solidaridad no es solo un gesto puntual, sino un compromiso permanente.

El trabajo de “La Daira” no se ha limitado al terreno emocional o simbólico. Con el apoyo del Ayuntamiento de Trebujena y la generosa implicación de su ciudadanía, se han llevado a cabo proyectos materiales que han aliviado necesidades reales en los campamentos:

·         Entrega de material ortopédico (sillas de ruedas, andadores, muletas, pañales de adultos…) al centro ASAVIN, que atiende a personas afectadas por minas antipersona. Esta entrega se ha mantenido durante años gracias a las caravanas solidarias.

·         Proyecto de envío de 100 cubas de agua, vitales en un entorno donde el acceso al agua potable sigue siendo un bien escaso y valioso.

·         Durante la pandemia de la COVID-19, cuando no fue posible llevar a cabo “Vacaciones en Paz”, la asociación puso en marcha una entrega de cestas de alimentos básicos adquiridas en origen para las familias de los menores que no pudieron viajar.

·         Donación de género textil nuevo a la Asociación Saharaui Dr. Beituha, para su distribución entre mujeres, personas con discapacidad y estudiantes de centros de educación especial.

·         Envío de medicación y material sanitario al Hospital Nacional de Rabuni, con un enfoque especial en el seguimiento del embarazo y el parto. También se entregaron 350 lotes de nutrición infantil y ropa de bebé, además de gafas recicladas para el servicio de oftalmología, libros y juegos de mesa para las bibliotecas de los campamentos.

Cada uno de estos gestos, lejos de ser anecdóticos, ha contribuido a mejorar la vida de cientos de personas. Pero más allá de lo material, ha reafirmado una certeza: el pueblo saharaui no está solo.

Treinta años después, “La Daira” sigue siendo un faro. Su constancia, su entrega silenciosa, su activismo sin pausa han merecido no solo el cariño de quienes han compartido este viaje, sino también el reconocimiento institucional.

Por ello, el Ayuntamiento Pleno de Trebujena, en sesión celebrada el 21 de julio de 2025, ha acordado por unanimidad conceder el Racimo de Oro 2025 a la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui “La Daira”, como símbolo de gratitud, admiración y compromiso colectivo.

Este Racimo de Oro no es solo una distinción honorífica. Es la confirmación de que la solidaridad, cuando se sostiene en el tiempo, se convierte en una forma de vida. Que hay pueblos -como Trebujena- que deciden implicarse en las luchas ajenas como si fueran propias. Y que, mientras exista una sola persona comprometida con la justicia, el olvido no tendrá la última palabra.

UNA EXPROPIACION FRUSTADA

 ¿Recordáis que el año pasado os hablé de una carta del Alcalde de Trebujena, fechada el 9 de marzo de 1962 y dirigida al entonces presidente de la Diputación Provincial, Álvaro Domecq? ¿Recordáis también que os dije que en algún sitio debía de existir un acuerdo de Pleno que sustentara esa carta? Pues lo encontré.

Se trata de un acuerdo adoptado el 15 de marzo de 1951, siendo alcalde José Pérez Cumpián. El Pleno respaldó un escrito presentado por el propio alcalde para ser enviado al Gobernador Civil de la provincia. La exposición fue leída por el secretario Federico Villagrán Galán y comenzaba así:

De tiempo inmemorial la única riqueza y medios de vida con que contó Trebujena, gracias a sus magníficos terrenos, parte de su término, consistió exclusivamente en el cultivo de la vid.”

La exposición continuaba recordando con orgullo cómo Trebujena fue pionera en la replantación de las viñas tras la devastación de la filoxera. Y no escatimaba elogios hacia los viticultores del pueblo:

“Los vecinos de esta población, prácticos y peritos excelentes, reconocidos en toda la región, consiguieron de siempre regir y dirigir las plantaciones y labranza de casi la totalidad de las viñas del término de Jerez y Puerto de Santa María y los obreros de este pueblo, en su mayoría viticultores, son ocupados con preferencia en las labores de viña de los referidos términos”.

Pero tras el retrato épico del esfuerzo local, afloraba la preocupación. Se explicaba que, fuera del cultivo de la vid, alrededor de un 20% de los trabajadores agrícolas se encontraban en paro forzoso por la mecanización, y que se habían visto obligados también a acudir al cultivo de la viña:

“acudieron, como sus demás convecinos, al cultivo de la vid, ocasionándose con ello una saturación de mano de obra, que produce crisis periódicas en la población en los meses de noviembre a marzo, algunos años con carácter gravísimo y con grandes trastornos económicos para la totalidad del vecindario y para la Hacienda Local”.

A partir de ahí, la exposición analiza el estado de los cultivos: se menciona que aproximadamente la mitad del término es marisma, y se indica que, por la escasa cosecha de años anteriores y la demanda del extranjero, la viña pasa por un buen momento. Sin embargo, las viñas locales están “viejas y agotadas” y los terrenos disponibles para su reposición alcanzan precios inasumibles, llegando a “14.000 pesetas la hectárea”. Aun así, “vecinos de Trebujena han adquirido ya 50 hectáreas en el término de la vecina Lebrija que están en plena producción.”

Y entonces, el texto lanza su aviso: la situación puede tornarse catastrófica si no se actúa pronto. La frase es clara:

 “Ante la negra perspectiva que se le presenta a este vecindario con el envejecimiento de sus plantaciones y no contar dentro de su término con más terreno adecuado para su reposición que les produzca los vinos selectos de tanto valor, ello en una década próxima representará la ruina total del pueblo, ya que, si en el pasado pudo vivir y hasta desenvolverse con holgura, fue por las labores y producción exuberante de sus viñedos.”

Pero ¿quién iba a ser el destinatario de esos nuevos terrenos? ¿Los jornaleros sin tierra? ¿Los pequeños agricultores ahogados por la pobreza? No. El escrito habla con toda naturalidad de los beneficiarios: “un centenar de Mayetos acomodados” —sí, ese es el término exacto—, con más de 4 hectáreas, es decir, personas con propiedades, con capital, con capacidad para invertir. El problema de estas personas no era la falta de recursos, sino que “no disponen de terrenos” adecuados. Y la solución que se plantea es clara:

“para resolver y salvar este agudísimo problema, dando vida y prosperidad a este laborioso pueblo, salvándolo de la ruina, al par que como hoy, seguirían proporcionando grandes beneficios a la economía del país”.

 Hay que buscarles tierras. Y ya tienen en el punto de mira una zona concreta:

 “existen núcleos de terrenos calizos de idénticas características, ambicionados por estos vecinos, pero nunca conseguido por muchas y tentadoras ofertas que en el transcurso del tiempo a sus distintos propietarios se hicieron. Se trata de una extensión llamada Cerro de la Viña, Crespellina y El Carrascal, unidos entre sí y con una extensión superficial aproximada de 300 hectáreas, formando parte del cortijo de Casarejo, finca esta que tiene una extensión superficial de más 1.100 hectáreas y que hoy es propiedad de doña Petra de la Riva , viuda de Domecq”.

La exposición trata de justificar la expropiación con datos económicos: se explica que esas tierras producen trigo o garbanzos con rendimientos bajos —“3.550 o 6.400 pesetas”—, mientras que si se plantaran de viña, podrían producir “9.550 Kg. de uva por hectárea con un valor aproximado de 20.000,00 pesetas”. De ahí, se construye una proyección que es como el cuento de la lechera:

“transformando la uva en vino tendríamos 1.800.000 litros,  que vendiéndolo a las bodegas al precio de 4 pesetas obtendríamos 7.200.000 pesetas y si se prepara para la exportación, al precio de 8,00 pesetas serían 14.400.000 pesetas.”

Y aquí viene la clave. Para expropiar esas tierras no basta con demostrar que podrían rendir más. Hay que “revestirla como de interés social”, según exige la Ley de 27 de abril de 1946 sobre expropiación de fincas rústicas por causa de interés social. Ya se había intentado acreditar que los terrenos eran susceptibles de mayor rendimiento, pero la ley exige que ese mayor beneficio revierta en la colectividad.

Y eso no se ve por ningún lado. Porque lo que tenemos delante no es un intento de reparto justo, sino una operación para incrementar el patrimonio de los que ya lo tienen, de los que el propio texto denomina sin pudor “Mayetos acomodados”. El reparto propuesto era de dos hectáreas por cabeza. Ni una sola mención a jornaleros sin tierra. Ni una sola línea sobre cooperativas, ni arrendamientos sociales.

Así que, para que la operación pasara por legal, había que construir el argumento social. Y ahí entra el empleo. La exposición afirma que las tierras se cultivan con maquinaria, sin apenas mano de obra, y que si se transforman en viñedos, el impacto en el empleo sería enorme:

“Hoy en la explotación de la parcela que nos ocupa no se invierten jornales ni se da ocupación a obrero alguno, a excepción de algunos eventuales en la época de siembra y recolección, puesto que todas las labores sin excepción se efectúan con aparatos mecánicos. Por el contrario, para la explotación de 300 hectáreas de viña, por no poderse emplear aparatos mecánicos, se precisa invertir cerca de 400 obreros fijos y hasta 800 en las épocas de las labores más importantes como es la cava, vendimia etc. representando ello más de 27.000 jornales al año”.

Y con eso se cierra el círculo: los beneficios son para los acomodados, pero se legitima todo con el empleo que generarían. Es la versión agraria del "goteo económico": dar más a los de arriba para que algo caiga abajo.

La propuesta acaba pidiendo que se permita una compraventa aplazada a cinco años con el Instituto Nacional de Colonización, y se remata con una frase que pretende elevar la operación a asunto de Estado:

“no solo se cumple un fin social y se transforma un cultivo con un aumento de riqueza infinito, sino que además de la economía y restituir aumentada la riqueza de un pueblo, reporta al país unos millones de pesetas anuales convertidos en divisas para sus necesidades con el exterior”.

El pleno municipal lo aprobó por aclamación.

De los beneficios que iban a obtener los adjudicatarios no se dice ni una palabra. Ni falta que hace. Todo estaba diseñado para parecer lo que no era: un intento de salvación colectiva, cuando en realidad se trataba de proteger los intereses de los de siempre. Ponedle cara ustedes.

Nada cambió. Ni ese acuerdo de 1951 ni la carta de 1962 lograron mover nada. Las tierras no se expropiaron. La finca siguió intacta. Petra de la Riva, viuda de una de las figuras más poderosas de Jerez, propietaria de una finca de más de mil hectáreas. Una señora conocida por su carácter altivo y su influencia social, que acudía cada día a misa en San Marcos, donde tenía su propio reclinatorio exclusivo, y a la que el párroco esperaba para empezar la ceremonia, incluso si llegaba tarde. ¿Quién se iba a enfrentar a ese poder? Si además el cuñado de la viuda, el destinatario de la segunda de las cartas fue el presidente de la Diputación entre 1957 y 1967.

Habrá que profundizar en este expediente, contextualizándolo y sacando conclusiones, más allá de estas cuatro notas que hemos extraído para dárosla a conocer. Curioso es tambien que el Consejo de ministros de 3 de marzo de 1956 aprobó un Decreto sobre expropiación por causa de interés social de varias fincas de marismas, sitas en los términos de Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y Trebujena (Cádiz), para su transformación e instalación de unas seiscientas familias de colonos. Creemos que esas marismas son las que hoy son propiedad del Ayuntamiento en majadas viejas y, que sepamos, debieron expropiarse, pero nunca se actuó sobre ellas. Tiempo habrá.