De octubre de 2015, primer encuentro de la generación 56/57.
Buenas tardes:
Permitidme, por un momento, que me erija en portavoz de los organizadores. Ellos me llamaron a las doce de la noche del miércoles para decirme que tenía que hacer de presentador en el día de hoy. ¿Quien era capaz de decirle que no a la Pepi de la Regina, mi comadre y a la Pepi de la Coca, mi reciente amiga? Así que aquí tenéis la explicación de porque tengo este micrófono en la mano.
Y aquí estamos, reunidos por
fin todos, después de este largo
recorrido que para algunos comenzó en el mes de agosto. Nuestro nexo común es
haber nacido en los años 56/57 aunque haya un par de excepciones que son, como
no, para bien.
Nosotros nacimos en un tiempo
no del hambre que habían vivido nuestros padres, pero sí de escasez. Por eso
siempre valorábamos las pocas cosas que teníamos. En nuestras cocinas no se
guisan ahora los potajes por la tarde, ni estos sirven de cena y almuerzo del
día siguiente en el campo, donde trabajaban la mayoría de nuestros padres. Ni a
las chacinas las llamamos ya regalos, ni nuestros hijos nos esperan en la
carretera de Jerez para rebuscar en la capacha aquel trozo de queso o de
embutido que nuestros padres habían dejado para nosotros.
Nacimos en un tiempo en los
que en la escuela se repartía leche en polvo que la Estrella la Piarera había
preparado en enormes barreños y que algunos, los que podían, aderezaban con una
pizca de canela molida. Vivimos en un tiempo en que los niños y las niñas no
podían estar juntos en la escuela, ni siquiera en el mismo edificio. Así que el
edificio se dividía en dos, con entradas y patios distintos. Al entrar
formábamos en filas al más puro estilo militar: A cubrirse y firmes; en unas
filas perfectas de las que no nos podíamos mover a menos que te llevaras el
primer cogotazo del día. Algunos de ustedes han dicho que nos obligaban a
cantar el Cara al Sol, yo no lo recuerdo; sí está en mi memoria el Montañas
Nevadas y el Prieta las Fila que, a fuerza de repetir, se queda en la cabeza
como la tabla de multiplicar... Y las llaves saltando hacia tu cabeza: Y los
palmetazos en las yemas de los dedos. Ojo si llamaban a tu madre, porque
entonces te llevabas tres bofetadas la del maestro, la de tu madre –Que era
quien iba a estas cosas- antes de ir y otra de vuelta por si acaso y no sé si
ustedes tendrán algún trauma, porque yo no lo tengo.
Los maestros siempre eran don
o doña y sus mujeres o maridos también, Don Leonardo, Don Casimiro, Don Jesús,
Don José Carret y el temible Don Francisco y sus llaves; Doña Dolores, doña
Palomares, Doña Marí y Doña Ana. Somos los hijos, también, de algunos muy
buenos maestros como aquellos que tuvieron la feliz idea de crear en nuestro
pueblo un Aula de Bachillerato Elemental
que podría ser, al menos en la edad, lo que hoy se conoce por ESO. Entre
todos ellos permitidme que recuerde a Don Diego, para mí el mejor maestro,
porque esos maestros nos dieron la posibilidad a muchos, que de otra forma no
hubiésemos podido estudiar. Porque nuestra escuela no era obligatoria, al menos
en la práctica –en las leyes no lo sé-, y muchos de nosotros la abandonamos con
diez o doce años o faltábamos las largas temporadas de algodón o incluso de
aceituna, porque entonces un niño de doce años ya era útil en el campo, al
menos en determinadas tareas y eso también entraba en la cartera de las mejores
ministras de hacienda que pudiera tener un gobierno: Nuestras madres.
Nuestras madres que tuvieron
que pelear duramente y que hacían encajes de bolillos con el dinero. A eso
también ayudaban los comerciantes de Trebujena, permíteme Vega que te robe tu
memoria para recordar las tiendas, en la calle Larga el Diego Cancela, que
cortaba el jamón como nadie, si lo podías pagar claro, y vendía el vinagre de
Anselmito; Juana Benítez con sus cajones de madera y la Audelina en al Avda. de
Sevilla; la Antonia el Pancho que también era carnicera, siempre sería y
vestida de negro; en la barriada de Jerez la primera fue la de la Carlita (Su
hijo Antonio, al que me he reencontrado después de no sé cuantos años, se ha
encargado de recordármelo), la Pirula con el Pirulo sentado al fondo en el
sillón y la Frasquita Tejero que puso la primera piedra de Supermercados
Paco y la Marquesita, rechonchita y
colorada igual que su marido. Nos vamos para la plaza, nos encontramos a
Custodio con sus quesos y chacinas y a
Joselito la Droguería – siempre con su babi puesto-, en el Paseo de Andalucía
Juan Vega y el Chaves; en la calle el Barranco la Peña y la Palomarita con su
roete recogido. En la Calle Sanlúcar Juanito el Río, ahí sigue su mujer la
Miguelina al pié del cañón. En el altozano Juanito Bartolo con la paleta de
manteca colorá manchándoles a los niños la nariz y Mariquita Rubio y la
Chabacana. Ya en la plaza de Palomares La Matita y en San Sebastián el Curro de
la Pericona, siempre rezando; En la calle del Sol la Pepa del Abogao, en la
barriada San Sebastián el Palelo; la Antonia la China detrás de la Cooperativa
del Vino, la Paquita del Peña en la Ronda Guzmanes y en la Guzmanes el Antonio
el Chirolo y otra señera que ha
aguantado todos los avatares de la vida, como la Miguelina, la famosa y siempre
abierta tienda de la Oña. Todas ellas tenían una libreta donde apuntaban a sus
clientas, que les pagaban religiosamente a la semana, aunque alguna trampilla
también se les quedó atascada. Algunas se han quedado en el tintero pero
afloran a menos que rasquemos como la de Antonio Rubito con sus polos de casera
y palillo de diente y nosotros esperando a que cuajaran.
Y
junto a todas ellas las ditas de Bartolo, de la Joaquina y luego de la Niña
Joaquina –Que sigue siendo niña con más de setenta años- (Como nosotros), la
Guacila y la de los Hierros, y la Amalia con su ato de sábanas, toallas y
bajeras de casa en casa, lloviera o venteara, hiciese frio o calor y la Pepita
de la Soledad. Y El diterito que empezó proveyéndonos de muebles y acabó mal el
pobre. Y Manolo Martín con sus Vespinos y sus bombonas azules y amarillas y sus
werner y Paco Luza con sus telefunken y
bicicletas y Galerias Marilo y sus muebles y colchones y todos ellos con sus
ventas a plazo y José María el Cartero y sus maquinas de coser Alfa y la
oficina de correos a las dos de la tarde y la gente arremolinada esperando las
cartas de Francia, Alemania o Suiza. O el locutorio telefónico con Pepita o
Conchita con los auriculares puestos y los oídos abiertos. Y Pepín de los
Zapatos con nuestros gorilas y las botas de goma.
Otras cosa eran los bares,
había todo un bulevar desde la carretera a Palomares. Encabezado siempre por el
Bar Manolo que era el Bar por excelencia, con Manolo al frente con sus largas
patillas y su ligera cojera y Pepito Guerra que ya había cerrado su bar de la
calle Daoiz y la Basilia y la Juana del Bar con sus eternos rifirrafes (Allí
trabajé a mediados de los 70 durante varios años) y enfrente el Bar Playa que abría
a las 3 de la mañana; el Letri, Manolito Galán y Gerardo con sus vasos de
Casera y la televisión: Bonanza y el Virginiano; Juan Caro, el Diamante y el
Cesar con sus excelentes tapas de ensaladilla; El Carmelito, el Cura, que luego
llamaron el Pato también que era de los más madrugadores y hacía el café con
las maquinillas y las copas de ginebra, coñac y anís antes de de salir para el
campo, el Dioni con sus mesa de Billar y sus carteles de toro –todavía sigue
como si estuviese abierto-. El Bar Cristales con sus guateques en la planta alta
y más tarde Currito y el Paco la Morena con sus hamburguesas y los cochinitos.
Y algunos más, como el del Catano en la carretera y el Tomazo que celebraban
las bodas antes de que Joaquín y el Quico reconvirtieran sus bodegas y los que
me dejó en el tintero que ustedes recordaran.
El Pantorra hijo, siempre ingenioso y gran poeta nos
recordó en los años 80, con los Príncipes del cuento, los Quioscos que había en
nuestro pueblo: El Pintao, que
está en Palomares, el Miguel del Valle y
Antonio el Sereno, otro frente a la gasolinera y en la Iglesia el del Frasco el
Pelón, en la calle Larga el de la Lala, el Grullo y el Panzo, y me quedan dos ,el Cristobal, junto al campo fútbol y ese del Conejo juntito
al Stop.
También
ese mismo año nos recordó los pozos que había en el término Berral, Jaranilla y
Quiñana, las Monjas y los Carabineros, Algarbe y el Pozo el Lopijo, Rijerta y
del Caleron, Machuelo y Carambito, las vetas y el del Picaor, Hijerita y el
Berral de nuevo que siempre tuvo dos…., porque esa era otra, a las casas no
había llegado el agua potable y cuando llegaron las tuberías, no había aguas
para llenarlas y así tuvimos los pilones de Palomares y la Barriada Jerez compartidos
por ganado y personas y la Fuente de la
Calle larga que junto a pozos y aljibes nos suministraban el agua de beber y
guisar y los baños los domingos en el Barreño
de Zinc, de más chicos a mas grandes aprovechando siempre el agua y luego ese
invento del cubo ducha y en la calle Larga Frasquita Pazos que vendía el agua
de aljibe a no recuerdo cuanto el cubo y el Alcantarillado estaba ya mejor, el
pozo ciego nos acompañó durante una parte de nuestra vida.
Pero
nuestro reino eran las calles, donde estaba nuestro terreno de juego, (Vega,
otra vez te robo la memoria) Mosca y estera con un poli y una pera; Las niñas
jugaban al corro de la patata, a la china, y ese Palomita Blanca que me
recordasteis ayer; El pincho con sus limas y pared, el elástico y Pañolito
Número uno, el trompo y los toreros, la comba y el diábolo, el tirachinas, las
opas y los bolindres: uñiti, oñate, colate; las siete y media, con sus siete
cuadros marcados en el suelo, la billarda, el tejo y los aros con las llantas
de bicicletas y el rey: el carrito de cojinetes. Una poquita candela allí
enfrente jumea en las farolas de la plaza. El gato y el ratón en aquellos
poyetes de granito, los chorreaeros con meada incluida y los apedreos: La toya
contra la barriada Jerez, revolución formada, el coger y sobre todos estos juegos el Gran Cine Terraza
con sus versiones de invierno y Verano con la Coja la Tata y sus chucherías y Cándido
o Pepe Bigote en la Puerta y la baranda en el bar Manolo que era el ambigú del
Cine y Pepín de la luz que se dormía y se le apagaban los carbones de la
máquina de proyección Ossa y sus cortes para el cambio de carrete o porque se
rompía la cinta y sobre todo las filas traseras y los escarceos amorosos que
permitían la oscuridad.
No teníamos cosas materiales, no teníamos tablets,
ni ordenadores, ni teléfonos móviles, ni coches teledirigidos, pero éramos
ricos en ilusiones, por eso ahora hemos aprendido a manejar internet y esas
cosa que tiene nombre de cachondeo: el whatssapp y ahora con este grupo nos
parecemos cada vez más a nuestros hijos. Hemos vivido los tiempos que nos han
tocado vivir, pero lo hemos hecho a pierna suelta, por eso estamos hoy aquí,
con la misma juventud que hace cuarenta años, eso sí con azúcar, colesterol,
reuma y triglicéridos pero con el mismo espíritu. Y todo esto nos ha permitido
reencontrarnos, a los que vivimos aquí porque nuestra relación se limitaba a un
hola y un adiós y a los que vivís fuera porque os ha permitido volver por un
momento a vuestra vida. Ahora hemos vuelto a ser amigos y hemos hecho amigos
nuevos - hasta el amor ha tenido un hueco en este espacio- y esto tiene
voluntad de nuevos horizontes, esperemos que así sea. Que tiemble el hogar del
pensionista dentro de pocos años, porque va a entrar la generación más marchosa
que haya pisado sus losas. La discoteca las vegas se va a quedar en raera para
las que vamos a montar.
La organización me pidió que empezara con un
brindis, y me he dejado enrollar demasiado así que vamos a ello. Os pido que
levantéis vuestra copa conmigo por todos nosotros y permitidme que recuerde
ahora también a los que no hayan podido estar; también a los que se fueron
antes de tiempo y que no nombro por no olvidarme de ninguno, pero en mi
recuerdo están muchos de ellos y me imagino que en el vuestro también. Por nuestros padres que la mayoría ya se
marcharon, pero que estoy seguro que donde quiera que estén estarán contentos
por nuestra felicidad. Y por último por los organizadores Pepe pastilla, Manolo
Dominguez, Toñi Mutilao, Luisa el Vazquez, Pepi
Regina y muy especialmente por Pepi de la Coca que ha puesto la mayor
parte para que todo esto sea posible.